(Estamos celebrando la semana 100 de El Cuentacuentos así que, tema libre.)
“Fuerza no es Furia”
Los relámpagos asomaban detrás de los nubarrones oscuros que cuajaban la noche intentando asustarla, a continuación, un ensordecedor estruendo traía el silencio a las montañas; pero duró poco, pues, la noche, quizás realmente asustada, inició un llanto lastimoso que cayó con fuerza sobre cada hoja, cada rama, sobre todos los árboles y flores, helechos y enredaderas silvestres que poblaban aquel paraje del edén. El rumor era profundo y monótono y la tierra lo cobijaba y lo reconocía como algo entrañable y muy familiar.
Los relámpagos luchaban con el agua iluminando su propia furia y haciéndose camino entre ella; acompañados por el trueno creían ser los más fuertes del Universo.
Ante aquel desenfreno de la Naturaleza, la noche ya no parecía asustada, más bien podría decirse que, aquellas descargas eléctricas y sus ruidosos compañeros la estaban enfadando. Y, a juzgar por su llanto cada vez más enérgico, el enfado de la noche, debía ser importante.
Cada ser viviente en aquel lugar perdido buscó su propio refugio, intentando encontrar una posibilidad para sobrevivir. Las ramas se rindieron al peso de un llanto acostumbrado y las hojas canalizaron los sentimientos de la oscuridad a través de cada lágrima esparcida.
Los árboles centenarios conversaban preocupados con los árboles milenarios y la sabiduría de éstos, sosegaba a aquellos. Mientras, el musgo, agazapado y triste, se despedía del entorno que lo había acompañado desde que germinó por aquellos lares. Las florecillas nadaban alegremente aprovechando el curso intensivo que la naturaleza les regalaba. Algunas piedras poco ubicadas rodaron suavemente provocando pequeñas crestas y diminutas cataratas. Los gusanos movían la cola con urgencia para encontrar un lugar más hondo…
Los nubarrones que transitaban por el cielo sin estrellas se cansaron de dar cobijo al rayo y decidieron seguir al viento en su afición preferida y, juntos y revueltos, se despidieron de la noche en busca de un nuevo sendero que los llevara lejos para alborotar otros lugares tranquilos.
La noche no se quedó sola, pero sí se quedó sin lágrimas. Como seguía enfadada, decidió llamar a todas sus gotas más incondicionales, reunirlas a su alrededor y envolverlo todo con una bruma espesa que obligara al relámpago y al trueno a tranquilizar su ánimo. Y, como las alas suaves de la nieve blanca cuando cae, se fueron expandiendo las gotas unas sobre otras, cubriendo de opaca humedad todo aquello que se acurrucaba bajo la noche, en aquel lugar de ensueño. La vida, en la noche quedó suspendida.
El relámpago y el trueno aguantaron la presión con cierta elegancia pero, después de largo rato sintiéndose ignorados, embistieron con más furia sobre la noche, mas ella, comprendiendo que es el miedo y la cobardía lo que engendra la furia, ya no les hacía caso, ni siquiera le quedaba un poquito de enfado.
Las nubes se habían ido con el viento y, el trueno, se fue yendo despacio con el relámpago. Si todo lo acontecido hasta el momento se hubiera podido tildar de lucha, la noche habría sido vencedora. Y así se sentía, en efecto, cuando vio de lejos la procesión silenciosa de las nubes, seguidas por la explosión y el estruendo y la ventaja que les llevaba el viento.
La tierra, amiga del día y de la noche, fue comprensiva una vez más y ayudó plácidamente a la Naturaleza. Con el cariño de la costumbre y la tolerancia, enjugó los breves riachuelos que se habían formado y esperó a que, cada gotita retenida, volviera a ella sin miedo.
La tierra, hidratada y rejuvenecida, le agradeció a la noche su llanto, pero también se apenó por ella y por el miedo que había pasado ante la amenaza del fragor y su centella.
Mientras la historia de esta noche se fue escribiendo, los minutos habían ido cayendo lentamente junto a las gotas, las hojas y las despedidas, dejando paso al glorioso parto que, finalmente, alumbró a un rutilante día de tiernos brotes de natural esplendor.
En la luz de cada amanecer, en la delicada despedida de cada tarde, en la mirada de un niño o, incluso, ante el descubrimiento de un enemigo, el Universo nos dice suavemente que la furia no es fuerza.
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