Poco a poco, este blog ha ido creando vida propia. Me empuja y me orienta cuando estoy perdida, me susurra palabras al oído y me llena el corazón de sentimientos compartidos. Nació del boceto de un proyecto sencillo y humilde sigue siendo, en eso no ha cambiado pero, el camino se ha llenado de musas y de liras... ¿quieres vivirlo conmigo?

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lunes, 28 de abril de 2008

¿Qué es la verdad?


¿QUÉ ES LA VERDAD?


- ES DIFÍCIL VER UN GATO NEGRO EN UNA HABITACIÓN OSCURA, ESPECIALMENTE CUANDO EL GATO NO EXISTE… ¡joder!
Las sombras no podían existir porque todo era negro. Negro era el cielo, negra la tierra, negros los latidos, negro el terror, negra aquella habitación, negra su alma…
- Juan, por favor, te tienes que esforzar un poco, venga, levanta, que te saco de aquí.
- ¡¡No!! ¡Déjame! No quiero ir a ningún sitio, ¡déjame te digo! Si me voy será peor, ya no puedo más, quiero que esto se acabe- decía sollozando.
Mientras Antonio se empeñaba en levantarlo del suelo y apartarlo de sus vómitos, Juan se aferraba más a sus ruegos.
- No lo entiendes, lo que te cuento es verdad, debes creerme, por favor.
- Aquí no hay gatos Juan, ni tíos que quieran matarte, que te lo estás imaginando…
- Te digo que el gato está ahí y te juro que…
- ¡Basta! Ya vale, no intentes hablar, venga, que estás fatal y necesitas descansar. Hace tiempo que debí haber hecho algo contigo, con tus idioteces, con tus manías, con tus caprichos… no te das cuenta de lo que te estás haciendo, ¿verdad?
Antonio intentaba llevárselo de allí así que, arrastraba el cuerpo de Juan con fuerza hacia la puerta pero Juan se aferraba con desesperación a las patas de las sillas, a la mesa y a todo lo que encontraba a su paso. Cuando vio que Antonio conseguía su objetivo, se apalancó con los pies en la pared a tiempo de impedirlo.
- ¡Está bien! ¡Tú lo has querido! Me voy, puedes hacer lo que te dé la real gana, ¡como siempre!, pero mañana volveré para llevarte al médico y te sacaré de aquí, te pongas como te pongas.
Después del portazo, de los temblores de la pared y de los gritos del vecino pidiendo calma, los pasos se oyeron cada vez más lejanos. De repente, el silencio hizo compañía al miedo. El hombre, sucio y con los ojos desorbitados, intentó subir la persiana para que la luz de la calle le diera un poco de consuelo pero estaba atascada y, como no tenía luz eléctrica porque no había pagado los últimos recibos, se hundió en el rincón más apartado, justo debajo de la ventana. Aterrado y con la baba colgando, se concentró en mirar al frente sin parpadear y pendiente de cualquier sonido extraño, de cualquier cosa que se moviera, de cualquier sombra…
Pasaron horas y, sus ojos, ya no podían distinguir lo que tenían delante. Eran opacos, casi blancos, pero seguía sin cerrarlos para no perderse nada.
“¿Nada?” “¿Nada de qué?” se dijo a sí mismo de pronto, como si acabara de entender algo. “¿Qué es lo que no me quiero perder?”
El gato, lentamente, se fue acercando a Juan, con los ojos brillantes, con las uñas afiladas, con el cuerpo erizado… no hizo ni el más mínimo ruido y, cuando estuvo a su lado, se quedó muy quieto. Apenas unos segundos más tarde, la figura de un hombre muy alto salió de la oscuridad.
Su sonrisa grande y su mirada negra caminaban junto a sus largas piernas y sus enormes manos. Un sombrero negro muy brillante le cubría la cabeza y un guardapolvo oscuro arrastraba los trozos de pizza que Juan había vomitado. Al llegar junto a él, el gato maulló estirando aún más su cuerpo hacia arriba.
Juan soltó sus rodillas e intentó proteger su cara con los brazos.
El movimiento de un coche en la calle hizo que la luz de los faros iluminara por unos segundos, la habitación de Juan. Y allí estaba él, con su mirada extraviada, con sus brazos sobre la cara, con la ropa manchada y llorando, mientras creía defenderse de un hombre venido del más allá para matarlo.
En realidad, Juan se suicidó aquella noche.

Queralt. 27 de abril del 2008-04-27

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domingo, 20 de abril de 2008

ESPANTAJO. (357)


ESPANTAJO.


LA ÚLTIMA VEZ QUE SE VIERON ERAN TODAVÍA ADOLESCENTES pero, habían compartido muchas tardes de verano con espantapájaros sonrientes, bocadillos de chorizo, lagartijas espachurradas y vasos de coca cola a escondidas de su abuela. Menudos recuerdos… suspiros, sobresaltos, temores, cosas, casi olvidadas de la infancia de sus vidas.
Los años han pasado y tenemos a una mujer de mediana edad, sentada en la butaca de una consulta médica. Se sentía inquieta y preocupada.
¿Qué habría sido de aquellos rizos dorados que le tapaban los ojos cada vez que alzaba la vista hacia el cielo?
“¡No mires de frente al sol! ¿Estás loco?” Le gritaba, intentando hacerse la mayor, la madura y la experta. Pero él callaba con prudencia y se ponía la mano a modo de visera sobre la cara, para poder mirarla a los ojos mientras le sacaba la lengua con un mohín. Lo recordaba tan guapo… era como un muñequito mimoso y tierno.

- ¿Desde cuándo no lo veías?
- Desde hace mucho. Sólo intercambiábamos postales en los cumpleaños. Y no muy emotivas, la verdad.
- ¿Le has dicho que estamos separados?
- Sí…
- ¿Qué nos pasó, Pablo? Éramos tres almas puras. Tres amigos sinceros.
- La vida, Rosa, la vida…

Una voz hueca y estridente llamó al Dr. Rodríguez con urgencia.
Pablo se levantó de un salto y se dirigió a la puerta.

- Voy contigo, aunque me tenga que quedar en la puerta porque no quiera verme.

Sus pisadas, recorriendo los pasillos muy deprisa, sonaban a misterio y a soledad. Pero sobre todo, a tristeza. Y olía a dolor. Y a despedidas.

- A ver, qué le pasa a este hombre- dijo el Dr. Rodríguez al entrar a la habitación.
- Hola amigo…
- Hola Carlos, ¿qué te pasa? ¿No te hacen efecto los calmantes?

El hombre llamado Carlos no contestó, sus ojos habían descubierto a Rosa. Pablo, en silencio, valoró la situación física en la que se encontraba su amigo y, sin dudarlo, dio instrucciones a la enfermera.

- Hola Carlos. ¿Te puedo dar un beso?
- Un beso… tuyo… que pudieron ser míos…

La voz, casi no salía de su cuerpo.
Rosa le besó los labios y la frente. Le besó el pelo ralo y débil que ya no le tapaba los ojos. Le cogió la mano. Y, mientras, Pablo le inyectó una dosis de morfina.
Cuando la enfermera se fue, lentamente y con los dedos temblorosos, los tres se hicieron un ovillo sobre la cama.
Pablo lloraba sin parpadear y Rosa sin darse cuenta.
Carlos, cerró los ojos porque una luz muy brillante lo deslumbraba.
Se extrañó que Rosa no le gritara que estaba loco… y se extrañó de ver que el espantapájaros le decía adiós. ¿Desde cuándo habla un espantajo?
Rosa durmió junto a su cuerpo aquella noche y Pablo, no se levantó de la silla hasta que, al amanecer, dos celadores muy sigilosos se lo llevaron al depósito.


Queralt. 20/04/08

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