Poco a poco, este blog ha ido creando vida propia. Me empuja y me orienta cuando estoy perdida, me susurra palabras al oído y me llena el corazón de sentimientos compartidos. Nació del boceto de un proyecto sencillo y humilde sigue siendo, en eso no ha cambiado pero, el camino se ha llenado de musas y de liras... ¿quieres vivirlo conmigo?

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domingo, 4 de octubre de 2009

Las Visitas...


LAS VISITAS
Las llaves entraron suavemente en la cerradura. Giré dos vueltas y la puerta se abrió, como era de esperar, sin contratiempos. Los anclajes sonaron fuerte, contundentes. Mientras, acallando el silencio, el eco recorría la escalera.
En la cocina dejé caer las bolsas contra el suelo. “Acabo de romper los huevos” me dije y seguramente era verdad, pero no me moví de la silla donde había sentado el culo. Con la espalda apoyada en la fría pared, observé el fregadero: vasos y cucharas, cuchillos, espátulas para la mantequilla, platos pequeños, tazas de café. Hasta arriba. Los manteles individuales amontonados, pringando de aceite y colgando por los bordes. La encimera cubierta de raspaduras negras, del pan quemado.
Despacio, aflojé los cordones de los botines y me los quité, dejándolos bajo la silla. El garraspeo de unas carruchas me llamó la atención. Las bolsas de la compra no se habían movido del sitio, pero no las vi cuando alcé los ojos para estrellarlos contra los cristales. La vecina tendía la ropa con los tacones puestos y los labios pintados, mientras una maraña de rizos esculpidos, camuflaba los auriculares que llevaba puestos. Cada vez que se agachaba a recoger ropa o la sacudía para colgarla de las cuerdas, sus brazos y su cara, con movimientos y gestos exagerados, escenificaban el ritmo de lo que estaba oyendo. Me cansé de seguir el compás de aquél concierto imaginario así que, trasladé todo el conjunto de mi esfuerzo hacia el cuarto de estar. Algo chocó y se retorció bajo mis pies cuando entré. Al levantar la persiana, vi en la sala a un elefante. Había tropezado con su enorme trompa y el pobre animal, asustado, ya no se movía. Me extrañó un poco encontrármelo allí pero, no pensé más en el tema y fui a sentarme junto a él, en el sofá; mirándolo, eso sí, un poco de lado y esperando una sonrisa o una explicación. Como él no hablaba y yo no quise forzarle, me acurruqué contra su barriga para dormir un rato. Me sentía cansada, muy, muy cansada. Y me preguntaba si las cosas tendrían sentido.
El sol seguía dando luz a raudales, pero no llegaba más allá del saloncito donde el elefante y yo fantaseábamos.
¡Joder! ¡Había que hacer las camas! Y limpiar el cuarto de baño. Y recoger los huevos del suelo. Y la comida. ¡La comida lo primero!
Mientras me rendía despacio, oí a lo lejos unos pequeños crujidos. Quizás el sofá no aguantara tanto peso pero, me sentía tan a gusto…
Nunca había tenido a un elefante tan cerca.
Queralt.