AMARGA LLUVIA
La lluvia inundó la noche. El olor fresco de cada gota se mezclaba con el sonido monótono del quehacer de las enfermeras. Golpes secos de bandejas sobre las mesillas. Jeringuillas que bailarían ajenas a todo, si no hubieran sido arropadas previamente sobre gasas esterilizadas. Agujas pacientes con vocación salvadora, sabiendo de su efímero destino. Ojos de cansancio, cuerpos hastiados, pies arrastrando el paso.
La melancolía transcurre a lo largo de todo el día y por la noche, el misterio disfrazado de miedo, pulsa sobre cada vela encendida.
Los sentimientos vibran al compás de un recuerdo y el libro, la radio o la observación de las gotas cayendo sobre la pequeña ventana, distraen tu incómoda estancia.
Respiración agitada de aquél que yace sobre unas sábanas que serán desinfectadas. Ignora que la lluvia cae, no puede disfrutar de un hecho tan natural y bendecido hasta ayer por su naturaleza de hombre de campo. Piel, labios y venas resecas. Mente expectante. Mientras, voluntario silencio. Temor, dolor por la vida que se acaba. Caricias y palabras pronunciadas, recreadas sobre el peso de lo extraordinario y lo trascendente.
La lluvia, deseada durante mucho tiempo, llegaba con el ímpetu del retraso, con la prisa de la urgencia, con el alboroto del mimo con que cada uno de nosotros la esperábamos. Entró por huecos cerrados y llenó salas y pasillos. La lluvia había llegado para la despedida, ese era su homenaje. Pero además, hacía suyo el enfado de los familiares de aquél que deja la vida. La naturaleza, el cosmos todo él, clamaba por el adiós.
Cuando la noche engendra muerte, la mañana es luna fría. Hasta que una soprano con voz mágica, hace del cielo una reencarnación de la esperanza.
La tormenta amenaza a la luz eléctrica. El relámpago advierte y el trueno firma solidario, la decisión tomada. La batería de reserva impide que los instrumentos dejen de funcionar y el enfermero amigo acude a cambiar de brazo la vía. No lo hace, teme por su vida, pues, la sutil flor que enerva el pulso de aquél que yace, está a punto de marchitarse. Y tiene testigos, pero son seres de otro mundo que vienen a buscarlo. Seres que sabrán darle la mano porque conocen el camino.
La noche, a veces, tiene destellos de luz brillante. Cuando cobija al alma, dicen aquellos que saben lo que ven.
Unos minutos de descanso sobre espino, ayudan a enfocar mejor la mirada, pero no ayudan a despejar el temor y el dolor. Más gasas, más sábanas, más cuidados, más medicamentos, más sangre, para saber, que no hay más vida.
Las batas blancas y las miradas cercanas saludaron al nuevo día y hubo intentos por rehacer, por mejorar la vida. Breves momentos de consciencia para aferrarse a una mano amiga. Un hola para decir adiós. Estruendo en los sentidos, corazones lacerados por el cruel látigo de la despedida. El tibio sol iluminó el camino.
La lluvia no hizo crecer ni una sola flor sobre el suelo de la tercera planta, pero las gotas de nuestras lágrimas, dejaron el recuerdo indeleble de cada minuto, de cada segundo compartido con aquél que yacía en la cama. Mientras, la soprano, poniendo a punto su magistral interpretación.
La vida ya ha cumplido, se ha acabado su vida.
Queralt. (2002)
La lluvia inundó la noche. El olor fresco de cada gota se mezclaba con el sonido monótono del quehacer de las enfermeras. Golpes secos de bandejas sobre las mesillas. Jeringuillas que bailarían ajenas a todo, si no hubieran sido arropadas previamente sobre gasas esterilizadas. Agujas pacientes con vocación salvadora, sabiendo de su efímero destino. Ojos de cansancio, cuerpos hastiados, pies arrastrando el paso.
La melancolía transcurre a lo largo de todo el día y por la noche, el misterio disfrazado de miedo, pulsa sobre cada vela encendida.
Los sentimientos vibran al compás de un recuerdo y el libro, la radio o la observación de las gotas cayendo sobre la pequeña ventana, distraen tu incómoda estancia.
Respiración agitada de aquél que yace sobre unas sábanas que serán desinfectadas. Ignora que la lluvia cae, no puede disfrutar de un hecho tan natural y bendecido hasta ayer por su naturaleza de hombre de campo. Piel, labios y venas resecas. Mente expectante. Mientras, voluntario silencio. Temor, dolor por la vida que se acaba. Caricias y palabras pronunciadas, recreadas sobre el peso de lo extraordinario y lo trascendente.
La lluvia, deseada durante mucho tiempo, llegaba con el ímpetu del retraso, con la prisa de la urgencia, con el alboroto del mimo con que cada uno de nosotros la esperábamos. Entró por huecos cerrados y llenó salas y pasillos. La lluvia había llegado para la despedida, ese era su homenaje. Pero además, hacía suyo el enfado de los familiares de aquél que deja la vida. La naturaleza, el cosmos todo él, clamaba por el adiós.
Cuando la noche engendra muerte, la mañana es luna fría. Hasta que una soprano con voz mágica, hace del cielo una reencarnación de la esperanza.
La tormenta amenaza a la luz eléctrica. El relámpago advierte y el trueno firma solidario, la decisión tomada. La batería de reserva impide que los instrumentos dejen de funcionar y el enfermero amigo acude a cambiar de brazo la vía. No lo hace, teme por su vida, pues, la sutil flor que enerva el pulso de aquél que yace, está a punto de marchitarse. Y tiene testigos, pero son seres de otro mundo que vienen a buscarlo. Seres que sabrán darle la mano porque conocen el camino.
La noche, a veces, tiene destellos de luz brillante. Cuando cobija al alma, dicen aquellos que saben lo que ven.
Unos minutos de descanso sobre espino, ayudan a enfocar mejor la mirada, pero no ayudan a despejar el temor y el dolor. Más gasas, más sábanas, más cuidados, más medicamentos, más sangre, para saber, que no hay más vida.
Las batas blancas y las miradas cercanas saludaron al nuevo día y hubo intentos por rehacer, por mejorar la vida. Breves momentos de consciencia para aferrarse a una mano amiga. Un hola para decir adiós. Estruendo en los sentidos, corazones lacerados por el cruel látigo de la despedida. El tibio sol iluminó el camino.
La lluvia no hizo crecer ni una sola flor sobre el suelo de la tercera planta, pero las gotas de nuestras lágrimas, dejaron el recuerdo indeleble de cada minuto, de cada segundo compartido con aquél que yacía en la cama. Mientras, la soprano, poniendo a punto su magistral interpretación.
La vida ya ha cumplido, se ha acabado su vida.
Queralt. (2002)
2 comentarios:
Hola!!! Llego a este blog desde tu space . La verdad es que por casualidad me he encontrado con esta historia tan bonita y tan bien contada.
Me gusta más que tu otro blog (ademas e smás facil de leer si usas el firefox como yo)
Viendo los titulos de tus blogs.. ¿Has leido un relato de Manuel Rivas , que se llama ¿Que me quieres amor?
Holaaaaaaa¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ oye pase por aqui y espero que no te moleste encontre tu spaces y entre oye tienes un bonito blog cuando entro tiene una frangancia a cerezas mis favoritas bueno si no te molesta quiero quedarme otro rato mas.
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