Poco a poco, este blog ha ido creando vida propia. Me empuja y me orienta cuando estoy perdida, me susurra palabras al oído y me llena el corazón de sentimientos compartidos. Nació del boceto de un proyecto sencillo y humilde sigue siendo, en eso no ha cambiado pero, el camino se ha llenado de musas y de liras... ¿quieres vivirlo conmigo?

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miércoles, 6 de junio de 2007

A veces los padres matan.



“A VECES LOS PADRES MATAN


“YO SOY TU PADRE, ¡no lo olvides nunca!”
Como para olvidarlo… de hecho, cada vez que estaba a punto de hacerlo, llegaba él con sus reclamaciones y conflictos.
Las cosas suelen ser de otra manera pero a ella le había tocado la excepción de todas las reglas. Y allí estaba, con su padre delante una vez más en actitud de exigencia y con la mano puesta.
“Papá, no puedo seguir manteniendo tus vicios y mala vida”, quiso decir. Pero las palabras no salieron de su boca, ¿para qué? Se lo había dicho un millón de veces y siempre volvía, y volvía otras mil. Y una vez más. No había más solución que seguir dándole dinero y esperar a que Dios se lo llevara pronto…total, para lo que estaba haciendo en la vida…
“¡Que te he dicho que soy tu padre y harás lo que yo te diga!”
Un silencio abrumador llenó cada centímetro de aquél lugar.
Necesitaba una dosis, estaba claro. Y si no le daba el dinero, se pondría aún peor.
“Anda, mi niña, dame lo que te pido, tú tienes mucho, dame un poco de lo que te sobra…”
Marina lo miraba sin saber qué hacer. Sus ojos seguían secos y la chispa que nacía en ellos era cada vez más dura.
“¿Recuerdas cuando eras peque? Yo te llevaba a todas partes, te compraba helados aunque la puta de tu madre no quisiera… ¿te acuerdas?”
“¡No hables así de mi madre! Ella aguantó demasiado por ti, ¡igual que yo!”
Algo había pasado dentro de ella de repente. Y tomó la decisión.
Abrió el bolso, sacó el móvil y marcó el número de la policía nacional.
“No te pienso dar ni un duro más”, le dijo por fin a su padre. Él, no daba crédito a lo que estaba viendo y oyendo. Le había pillado desprevenido y no podía reaccionar.
“¡Qué dices!”, gritó con la yugular fuera de su sitio.
“Como des lugar a que me agarren con sus zarpas, ¡prepárate!”
Marina suspiró con la esperanza de que el instinto de padre la ayudara cuando, de repente, su padre sacó una pistola del bolsillo de su pequeña mochila, se acercó a ella y la amenazó, poniéndole el cañón del arma en la cabeza.
Un gran alboroto se concentró en la plaza. La gente, lejos de asustarse y salir corriendo, se arremolinaban queriendo ver y saber más.
Cuando la policía llegó, el padre de Marina perdió totalmente el control y, muy lejos de dar cobijo a los sentimientos de padre que, supuestamente, había de tener, gritó amenazando con matarla.
Un policía muy alto y con barba le preguntó si podía acercarse, a lo que él contestó hincando aún más la pistola en la sien de su hija.
Marina lloraba en silencio y pensó que esta vez, sus hijos conocerían a su abuelo en los informativos de televisión. Se volvió ligeramente, lo justo para que su padre pudiera oírla:
“Acaba con esto de una vez”
El arma tembló sobre su piel.
“¡Acaba ya! Si tengo que irme contigo para que todo esto acabe, ¡dispara de una vez!”
El hombre lloró en silencio después de unos segundos de perplejidad. ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba amenazando a su propia carne?
Los agentes de policía habían llamado a las fuerzas especiales y el protocolo se había puesto en marcha.
“¡Hija mía!”, le grito al oído. “¿Qué te estoy haciendo?”
Los minutos transcurrían lentos, pesados, segundo a segundo. Y nadie imaginaba cómo podía acabar aquella situación.
“¡Yo soy tu padre! Nunca lo olvides”, le oyó decir Marina y, apenas unos segundos después, la cara de la mujer se llenó de sangre y también su ropa, y sus manos. Todo, se llenó de sangre. Y un cuerpo muy huesudo, el de su padre, cayó desplomado al suelo.
A cámara lenta, sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras un enfermero de la Cruz Roja se acercaba con una manta gris marengo en las manos.


Queralt. 04/06/07

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