Poco a poco, este blog ha ido creando vida propia. Me empuja y me orienta cuando estoy perdida, me susurra palabras al oído y me llena el corazón de sentimientos compartidos. Nació del boceto de un proyecto sencillo y humilde sigue siendo, en eso no ha cambiado pero, el camino se ha llenado de musas y de liras... ¿quieres vivirlo conmigo?

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lunes, 15 de febrero de 2010

Doña Alegría...

Ilustración copiada en: Coso de Ilustradores.

“DOÑA ALEGRÍA”

Érase una vez una niña que andaba por los caminos. Llevaba en la mochila agua para resistir, calcetines limpios y los trocitos de pan que había encontrado por algún sitio.
El viaje ya era largo: cuarenta años menos algunos días.
En su caminar iba descubriendo al paso multitud de flores que alegraban sus ojos. Y, de vez en cuando, un árbol de raíces profundas la cobijaba en un suspiro. Las grandes ramas, tiernas para ella, la zarandeaban con alegría al despertar el día.

- ¡Buenos días, Alegría!– contestaba al aire aquella niña de cuarenta años menos unos días.

Las tardes eran especialmente brillantes. Sin importar la época del año, con frío o con calor las tardes eran especiales, porque encontraba en ellas la respuesta a todo lo que andaba buscando. Con su caída lánguida hacia la noche, con su promesa abierta hacia el día, con sus misterios esclarecidos detrás de cada sombra.
En la esplendorosa escena de una tarde despidiéndose, no hay un adiós lastimero, sino la fuerza de la vida que te impulsa a un nuevo día. Un día que será mejor y será distinto, que nos abrirá nuevas puertas, que nos enseñará nuevos mundos.
Y aquella niña grande, seguía andando por los caminos. Sola, pero no abandonada; sin compañía, pero con siglos de amor entre las huellas que iba dejando.
Cuando hundía las botas entre la nieve notaba el calor de la tierra. Cuando levantaba la pierna para dejar atrás un nuevo paso, oía el rumor de un futuro que la estaba esperando y mientras, miraba hacia delante con la visera puesta en el cogote, para no entorpecer lo que prometía el horizonte.
Las estrellas relucían sólo para ella y las piedras respiraban para decirle que los milagros existen. Al llegar a las encrucijadas, allí donde los caminos se cruzan sin indicar el destino, no sentía miedo al tomar partido porque, aunque se equivocara, siempre encontraría un amigo.

- Hola, compañero. Quiero llegar hasta allí donde no hace falta hablar– le explicaba aquella niña a un peregrino. Y esperaba respuesta.
- Vas por buen camino- contestaba él, sentado junto al surco que había dejado un carro antiguo.

La mochila pesaba en la espalda aunque era poco equipaje el que llevaba: tan sólo el cariño y la complicidad del solidario, que recorre sus pasos para encontrar el lugar donde no hace falta hablar, allí donde las personas se aman, sin más.
Sin embargo, el peso se hacía patente en el dolor y en cada ampolla que levantaba su piel.
“No importa. Llegaré”, se decía la niña de casi cuarenta años, recordando el mañana.
Cuando hundió la mirada en el barrizal descubrió que no era tan profundo como parecía. Y, una vez más, supo que no se asustaría al caer el día porque, al despedirlo, un nuevo mañana nacería. Después, quizás volaría con alas de fe y esperanza, con pies de aire, con ojos de águila coronada en las alturas.
Al dormir rendida por el movimiento de la ilusión, soñaba con idiomas que habría que descubrir para entablar conversación allí, en aquel lugar al que un día llegaría; idiomas de emoción y dedicación, lenguas muertas en apariencia. Resortes de un diálogo donde no hace falta decir nada, como una mirada del alma, como un gesto del corazón, como una frase no pronunciada.
Ése lugar existía y ella lo sabía. Y no habría rendición, así que…
Cuando al empezar el parto de la mañana nacía el sol y, aunque estuviese escondido, juguetón detrás de una nube, lo saludaba con alegría.

- ¡Buenos días, Alegría!

Y levantaba su mochila cada vez más pesada, aunque cada vez con menos pan y menos agua.
El camino la esperaba. La llamaba a través de los pétalos y de los ríos, que cruzaba de puntillas para no estropear su lecho mimosamente acomodado por una madre complacida.
De cuando en cuando, se regalaba una flor: la miraba con delicia, le hablaba muy bajito tumbada sobre la hierba y le pedía permiso para alzarla de su cama y cogerla entre sus dedos. Pero a veces sentía su lamento. Por eso, porque cada cosa debe estar en su sitio, se prometía no volver a hacerlo.
En otras ocasiones la propia flor la invitaba y ella, con infinito cuidado, rompía su tierno tallo.

- ¿Qué comes, linda Flor?
- Amor- le contestaba el tallo, todo él muy padrazo.

La niña de cuarenta años menos unos días, al escuchar la melodía, la engarzaba en su pecho, muy cerca del latido de su corazón.
Y así eran sus días en busca de ese lugar donde crecen los sueños, donde todo existe y nada es como conocemos. El lugar del silencioso jolgorio, de la callada algarabía; allí, donde no hace falta decir nada pues los sentimientos se transmiten por la piel y las miradas. Donde todos saben lo que tienes, donde la riqueza es la más grande y no tienes nada, porque todo es distinto, pues sólo se oye el alma.
De vez en cuando se encontraba con algún ser que no comprendía nada. Ella sonreía y buscaba el agua dentro de su mochila, después, se la ofrecía al apagado ser que nada entendía.

- ¿Qué haces por estos lares, Ser Humano?- le decía.
- Hace tiempo que me he perdido- contestaba el ser- ¿Cómo se llama este lugar?
- Se llama Vida, compañero. En el último cruce dejaste atrás el sendero del Ayer- y para terminar le preguntaba- ¿A dónde quieres ir?
- Voy en busca del Amor, que me ha dejado. Me han dicho que siguiera el camino de la Esperanza, ¿es éste acaso?
- Sin duda, amigo, así se llama- le contestó- Pero, para encontrar lo que buscas hay que atravesar este inconmensurable lugar llamado Vida. Siempre con cuidado claro, para no apartarte del camino…
- El de la Esperanza, me has dicho…

Después de un minuto pensativo preguntó de nuevo el ser humano, el que creía haberse perdido:

- ¿Y, cómo puedo saber que más adelante no me voy a equivocar?
- Hay una manera sencilla: oye lo que te dice el corazón y encontrarás la respuesta. Sabrás enseguida si debes elegir a izquierda, a derecha, o seguir de frente.
- Pero, a veces no oigo nada…

Así fue la respuesta del ser que creía no entender. Y ella ya lo sabía, porque a lo largo de casi cuarenta años, a veces, tampoco había conseguido oír nada. Posiblemente, a causa del ruido externo que la había confundido y de las palabras de los falsos amigos, que la habían empujado quizás, a equivocarse…
El camino siempre continuaba porque había que atravesar aquel lugar llamado Vida. Al otro lado, se encontraba el sitio que ella andaba buscando, donde no hace falta decir nada.
El compromiso sigue aunque la mochila pese. Mientras el frío caliente y el calor refresque, porque no estás donde pisas:
Vives donde sueñas…
Más allá de las colinas del desamor.


Queralt.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué preciosa historia! Gracias por compartirla! Y por compartirte!

Besos y abrazos grandes!

Anónimo dijo...

Es cierto que los hombres siempre van a buscar lo fácil y no se complican la vida con las mujeres dificiles?A veces una mujer fácil pero fea, liga mucho más que una guapísima pero dificil...os da igual que sea guapa o fea? Os quedais antes con la fea y facil que con la guapa y dificil?