Poco a poco, este blog ha ido creando vida propia. Me empuja y me orienta cuando estoy perdida, me susurra palabras al oído y me llena el corazón de sentimientos compartidos. Nació del boceto de un proyecto sencillo y humilde sigue siendo, en eso no ha cambiado pero, el camino se ha llenado de musas y de liras... ¿quieres vivirlo conmigo?

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lunes, 29 de junio de 2009

Choque de Trenes.


Choque de Trenes


Un tren “muy rápido” salía a la hora prevista de su estación mientras que, otro tren “más rápido”, cumplía también su horario a golpe de silbato. Los dos trenes eran modernos y sus azafatas lucían ropas discretas y las mejores de las sonrisas para acoger a los viajeros con amabilidad, cortesía y eficiencia. El convoy “muy rápido” provenía del norte y el “más rápido” del sur. Los dos debían coincidir en la zona centro, a las diez en punto. De la noche, que es cuando todos los gatos son pardos, según el refrán…
Del Norte viajaba María, con varias maletas, bolsas llenas de regalos, pulseras en las muñecas y auriculares, oyendo música de los setenta. Zapatos con poco tacón, pantalones negros y una bonita blusa blanca con bodoques primorosos. Su pelo, recogido en una graciosa coleta con un pasador de concha. Un libro, un paquete de tabaco y una cajita de caramelos de limón, descansaban sobre el bolso negro que había dejado en el asiento de al lado. Miraba por la ventanilla mientras sonaba en sus oídos “Help”. Las luces empezaban a traer la noche. Faltaba poco para llegar, apenas hora y media.
Damián, por los pelos, consiguió subir al tren. Buscó su asiento en el vagón casi vacío, desplegó periódicos y revistas por los asientos y puso su única maleta en el compartimento destinado para ello. Antes de sentarse, oteó desde sus casi dos metros hasta encontrar el rótulo que indicaba el camino hacia la cafetería. Se sentó, cerró los ojos, respiró hondo y dejó que el calor que traía se aplacara. El sur quema. Llena las venas de calor y hace que la sangre hierva. Unos minutos fueron suficientes para refrescarle el aliento. Sin darse cuenta, se quedó dormido. Apenas un instante, pero le alivió el cansancio. Su mente no paraba nunca y eso, junto a las altas temperaturas, le agotaban, aunque nunca se lo dijo a nadie, jamás hablaba mucho de él y, si se veía forzado por cortesía a hacerlo, se limitaba a comentar cosas sin enjundia. Pretendía que su imagen fuera siempre de caballo vencedor y no se permitía dejar traslucir ni una pequeña debilidad.
Los kilómetros rodaban abriendo camino al tren.
Había pagado asiento de primera así que, se sentía cómodo y podía estirar sus largas piernas sin problemas. Cuando el revisor le pidió el billete, tuvo que buscarlo porque no sabía dónde lo había puesto. Por fin lo encontró y se lo dio con indiferencia. Las cosas que a él no le interesaban no eran importantes.
María dejó los auriculares sobre el asiento para ir al lavabo. Al salir, también ella mostró su billete y sin sentarse, cogió el paquete de tabaco y el bolso y se fue a la cafetería. Se tomó un café con leche, un Donuts y se fumó tranquilamente un cigarro. Otras personas fumaban junto a ella pero no miró a ninguna porque no le apetecía entablar conversación con nadie.
Las películas que proyectaban en ambos trenes, casualmente eran la misma. El protagonista era Kevin Costner. Los dos se la sabían de memoria, porque la habían visto juntos varias veces.
Tramo a tramo del raíl que venía del norte, se acercaba a buen ritmo al tren que subía del sur. Al pasar por un túnel, Damián recordó otros viajes con mejor suerte. Momentos especiales en los que pensó que, tal vez, pudiera existir de verdad el entendimiento y la felicidad. No era romántico, por supuesto, aunque sí algo sentimental, pero también se ocupaba de esconderlo. En aquél momento no podía decir que le alegrara el viaje, pero era inevitable de modo que, no le daba más vueltas y en paz.
Las nubes que se acumulan por efecto del calor, llenaban todo el cielo que veía a través de la ventanilla y, como las luces del vagón estaban encendidas, al bajar la mirada pudo observar el reflejo de unos niños que iban en el asiento de delante. Jugaban con una de esas maquinitas que ella no entendía. Los dos en silencio, ajenos a lo que les rodeaba y con toda su atención puesta en la pequeña pantalla que tenían entre las manos. María pensó que era triste ver cómo dos niños pequeños se mantenían quietos en sus asientos sin amenazas o riñas maternas. Sospechaba que el mundo no iba por buen camino. Más bien lo temía, pero ella no podía hacer nada, sólo quejarse y mantenerse alerta. Aunque no tenía muy claro de qué podía servir.
La noche había llegado antes que ellos a su destino. Ya no podían ver nada a través del cristal, a no ser que se acercaran poniendo las manos para evitar la luz interior. Una azafata del tren “más rápido”, la que él podía ver en aquél momento, era una morena andaluza que quitaba el hipo. Y cuando pasaba junto a él, le sonreía. Damián pensaba que era por su atractivo personal, pero la andaluza con blancos dientes, regalaba sonrisas porque le pagaban para ser amable con todo el mundo. Damián empezó a fantasear, pues era su condición más natural.
María se cansó de leer, de oír música, de salir a la cafetería a fumar… de ir al lavabo… tenía ganas de llegar y su inquietud le hacía preguntarse por qué. Tampoco ella le daba vueltas a según que cosas, y ésta, era una de ellas. “Lo que tenga que ser será” pensó.
Sin el sonido entrañable del tren antiguo, sin los incómodos bancos de madera que te marcaban la piel, sin el humo, sin el atolondramiento de un largo viaje, llegaron a la misma estación y a la misma hora. El “más rápido” acabó mirando al norte y el “muy rápido” al sur. Uno en el andén uno, el otro en el tres.
La gente revuelta entre paquetes y maletas, sentía urgencia por poner los pies en tierra. Ellos, no tenían prisa. Ya habían llegado, ya estaban allí, en el lugar del encuentro pero, con pocas ganas de ponerse cara a cara.
Los dos ofendidos, los dos dolidos, los dos cansados. Sin poder estar el uno sin el otro. Sin tener fuerzas para renunciar a lo que les fue bonito.
Cuando los vagones de sus respectivos trenes se vaciaron, encaminaron sus pasos hacia la puerta de salida. Ellos no lo sabían, pero la similitud de sus actos y sensaciones, les unía más de lo que pensaban.
La confianza se rompe a veces, y no sabemos cómo. El aburrimiento, hace que los dramas se desencadenen de una forma absurda. El orgullo empuja al despecho. La inseguridad nos lleva, muchas veces, a la incomprensión. El engaño, suele romper la verdad. La verdad, no puede existir con miedo. El miedo se cura con amor. Y las escaleras mecánicas, los llevó uno junto al otro casi al mismo compás. Silencio.
Al día siguiente, una explosión de reproches y malas palabras casi reventaron los diques de aguante. “¿Merece la pena todo esto?” Y lo pensaban los dos al mismo tiempo. Por unos minutos, estuvieron de acuerdo en la conclusión de su pelea… quisieron lo mismo. Y no dejaron de discutir.
María. Damián. Los dos. Quisieron que sus trenes volvieran a partir, cada uno a su lugar, uno al norte y el otro al sur. Dejando atrás el dolor, el cansancio, el aburrimiento, los reproches y la verdad.
Una vez más, el sentido común venció en la guerra de los mundos paralelos de Damián y María. De momento. ¿Y quién puede saber hasta cuándo? ¿Acaso alguien sabe dónde está la estación de la que saldrá el último tren? ¿Dónde, el último andén?
“Quizás, allí donde se esconde la última sonrisa, la última mirada de amor, se pueda recomponer la verdad que se rompió.”
Hasta en eso, fueron coincidentes sus pensamientos.

Queralt.

2 comentarios:

Diego dijo...

Hola Queralt,

si lo he entendido bien, quizás eran demasiado "iguales" para estar juntos.

Un relato muy trabajado, como todos

un beso

Anónimo dijo...

Igualdad quizás, en la situación que comparten, pero no los veo yo muy parecidos, no...