
La noche se había tornado feliz, si, porque al fin había podido escapar y áspera, porque dolía. Dolía tanto, que la oscuridad se hacía tapiz de mis sentimientos.
Como era la primera vez que pisaba aquella ciudad y las farolas no servían para darme referencias pues yo misma me las había cargado, decidí ir con mucho cuidado en lugar de salir corriendo y de mantener los ojos y los oídos bien abiertos. Pero sobre todo, debía ir bordeando los edificios sin despegarme de las sombras, procurando no tocar nada para no dejar marcas de sangre.
No tenía ni la menor duda, ni el resquicio más pequeño, definitivamente, era la mujer más estúpida de la tierra. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo me había dejado engañar así? Las citas a ciegas pocas veces salen bien. ¿Qué esperaba?
El golpe seco de un hierro sobre lo que parecía ser la carrocería de un coche, la hizo casi gritar. Tuvo que taparse la boca con las dos manos, dejándose los labios sanguinolentos, como pintados de rojo.
Unas pisadas siguieron al golpe. Pasos firmes, contundentes, sonoros. De repente, se fijó en una tienda: ¿no habían estado antes allí? Antes de las doce, antes de la locura que había provocado quizás, la luna llena… si, ¡habían estado allí después de la cena! Entonces, su coche no andaba lejos…
“A ver, si, venga, tranquilízate tía, venga, vamos… ¡oriéntate!”
Mientras trataba de ordenar su mente y recolocar las vivencias de la tarde para intentar saber dónde estaba su coche, una sombra enorme se puso ante ella. Alicia miró al suelo con terror y después fue subiendo la mirada despacio hasta llegar a la cara oscura del tipo que la estaba mirando. Sus latidos eran inexistentes, es más, estaba convencida de que sus heridas ya no sangraban pues su sangre ¡se había helado!
¿Cómo podía estar pasando aquello? ¿Cómo le podía estar pasando a ella?
La sombra levantó un brazo que a la muchacha le pareció enorme visto desde su indefensa posición. Aquél brazo se prolongaba en una forma el doble de larga y mucho más delgada. Alicia supo que era el hierro con el que había ido dando golpes y, estaba muy claro que era con el que la iba a matar.
Un coche de policía se había parado justo en frente y, viendo lo que estaba pasando, los dos policías corrieron con el arma en la mano para evitar lo que parecía inevitable. ¡No podía creerlo! Así, de forma tan absurda como había empezado todo, estaba acabando…aquellos destellos girando en azul, la habían salvado.
“Venga, ¡ya!, tranquila, todo ha pasado… la poli ya está aquí…”
La sombra dejó caer el hierro sobre la cabeza de Alicia justo en el mismo instante en el que recibía dos balazos, los dos por la espalda, uno le llegó al corazón y el otro se le incrustó en el pulmón derecho.
Para Alicia esto era ya irrelevante pues los dos habían iniciado un viaje que los llevaba a distintos lugares.
Queralt.
21 de enero del 2008-01-21
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