


¿QUÉ ES LA VERDAD?
- ES DIFÍCIL VER UN GATO NEGRO EN UNA HABITACIÓN OSCURA, ESPECIALMENTE CUANDO EL GATO NO EXISTE… ¡joder!
Las sombras no podían existir porque todo era negro. Negro era el cielo, negra la tierra, negros los latidos, negro el terror, negra aquella habitación, negra su alma…
- Juan, por favor, te tienes que esforzar un poco, venga, levanta, que te saco de aquí.
- ¡¡No!! ¡Déjame! No quiero ir a ningún sitio, ¡déjame te digo! Si me voy será peor, ya no puedo más, quiero que esto se acabe- decía sollozando.
Mientras Antonio se empeñaba en levantarlo del suelo y apartarlo de sus vómitos, Juan se aferraba más a sus ruegos.
- No lo entiendes, lo que te cuento es verdad, debes creerme, por favor.
- Aquí no hay gatos Juan, ni tíos que quieran matarte, que te lo estás imaginando…
- Te digo que el gato está ahí y te juro que…
- ¡Basta! Ya vale, no intentes hablar, venga, que estás fatal y necesitas descansar. Hace tiempo que debí haber hecho algo contigo, con tus idioteces, con tus manías, con tus caprichos… no te das cuenta de lo que te estás haciendo, ¿verdad?
Antonio intentaba llevárselo de allí así que, arrastraba el cuerpo de Juan con fuerza hacia la puerta pero Juan se aferraba con desesperación a las patas de las sillas, a la mesa y a todo lo que encontraba a su paso. Cuando vio que Antonio conseguía su objetivo, se apalancó con los pies en la pared a tiempo de impedirlo.
- ¡Está bien! ¡Tú lo has querido! Me voy, puedes hacer lo que te dé la real gana, ¡como siempre!, pero mañana volveré para llevarte al médico y te sacaré de aquí, te pongas como te pongas.
Después del portazo, de los temblores de la pared y de los gritos del vecino pidiendo calma, los pasos se oyeron cada vez más lejanos. De repente, el silencio hizo compañía al miedo. El hombre, sucio y con los ojos desorbitados, intentó subir la persiana para que la luz de la calle le diera un poco de consuelo pero estaba atascada y, como no tenía luz eléctrica porque no había pagado los últimos recibos, se hundió en el rincón más apartado, justo debajo de la ventana. Aterrado y con la baba colgando, se concentró en mirar al frente sin parpadear y pendiente de cualquier sonido extraño, de cualquier cosa que se moviera, de cualquier sombra…
Pasaron horas y, sus ojos, ya no podían distinguir lo que tenían delante. Eran opacos, casi blancos, pero seguía sin cerrarlos para no perderse nada.
“¿Nada?” “¿Nada de qué?” se dijo a sí mismo de pronto, como si acabara de entender algo. “¿Qué es lo que no me quiero perder?”
El gato, lentamente, se fue acercando a Juan, con los ojos brillantes, con las uñas afiladas, con el cuerpo erizado… no hizo ni el más mínimo ruido y, cuando estuvo a su lado, se quedó muy quieto. Apenas unos segundos más tarde, la figura de un hombre muy alto salió de la oscuridad.
Su sonrisa grande y su mirada negra caminaban junto a sus largas piernas y sus enormes manos. Un sombrero negro muy brillante le cubría la cabeza y un guardapolvo oscuro arrastraba los trozos de pizza que Juan había vomitado. Al llegar junto a él, el gato maulló estirando aún más su cuerpo hacia arriba.
Juan soltó sus rodillas e intentó proteger su cara con los brazos.
El movimiento de un coche en la calle hizo que la luz de los faros iluminara por unos segundos, la habitación de Juan. Y allí estaba él, con su mirada extraviada, con sus brazos sobre la cara, con la ropa manchada y llorando, mientras creía defenderse de un hombre venido del más allá para matarlo.
En realidad, Juan se suicidó aquella noche.
Queralt. 27 de abril del 2008-04-27
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- ES DIFÍCIL VER UN GATO NEGRO EN UNA HABITACIÓN OSCURA, ESPECIALMENTE CUANDO EL GATO NO EXISTE… ¡joder!
Las sombras no podían existir porque todo era negro. Negro era el cielo, negra la tierra, negros los latidos, negro el terror, negra aquella habitación, negra su alma…
- Juan, por favor, te tienes que esforzar un poco, venga, levanta, que te saco de aquí.
- ¡¡No!! ¡Déjame! No quiero ir a ningún sitio, ¡déjame te digo! Si me voy será peor, ya no puedo más, quiero que esto se acabe- decía sollozando.
Mientras Antonio se empeñaba en levantarlo del suelo y apartarlo de sus vómitos, Juan se aferraba más a sus ruegos.
- No lo entiendes, lo que te cuento es verdad, debes creerme, por favor.
- Aquí no hay gatos Juan, ni tíos que quieran matarte, que te lo estás imaginando…
- Te digo que el gato está ahí y te juro que…
- ¡Basta! Ya vale, no intentes hablar, venga, que estás fatal y necesitas descansar. Hace tiempo que debí haber hecho algo contigo, con tus idioteces, con tus manías, con tus caprichos… no te das cuenta de lo que te estás haciendo, ¿verdad?
Antonio intentaba llevárselo de allí así que, arrastraba el cuerpo de Juan con fuerza hacia la puerta pero Juan se aferraba con desesperación a las patas de las sillas, a la mesa y a todo lo que encontraba a su paso. Cuando vio que Antonio conseguía su objetivo, se apalancó con los pies en la pared a tiempo de impedirlo.
- ¡Está bien! ¡Tú lo has querido! Me voy, puedes hacer lo que te dé la real gana, ¡como siempre!, pero mañana volveré para llevarte al médico y te sacaré de aquí, te pongas como te pongas.
Después del portazo, de los temblores de la pared y de los gritos del vecino pidiendo calma, los pasos se oyeron cada vez más lejanos. De repente, el silencio hizo compañía al miedo. El hombre, sucio y con los ojos desorbitados, intentó subir la persiana para que la luz de la calle le diera un poco de consuelo pero estaba atascada y, como no tenía luz eléctrica porque no había pagado los últimos recibos, se hundió en el rincón más apartado, justo debajo de la ventana. Aterrado y con la baba colgando, se concentró en mirar al frente sin parpadear y pendiente de cualquier sonido extraño, de cualquier cosa que se moviera, de cualquier sombra…
Pasaron horas y, sus ojos, ya no podían distinguir lo que tenían delante. Eran opacos, casi blancos, pero seguía sin cerrarlos para no perderse nada.
“¿Nada?” “¿Nada de qué?” se dijo a sí mismo de pronto, como si acabara de entender algo. “¿Qué es lo que no me quiero perder?”
El gato, lentamente, se fue acercando a Juan, con los ojos brillantes, con las uñas afiladas, con el cuerpo erizado… no hizo ni el más mínimo ruido y, cuando estuvo a su lado, se quedó muy quieto. Apenas unos segundos más tarde, la figura de un hombre muy alto salió de la oscuridad.
Su sonrisa grande y su mirada negra caminaban junto a sus largas piernas y sus enormes manos. Un sombrero negro muy brillante le cubría la cabeza y un guardapolvo oscuro arrastraba los trozos de pizza que Juan había vomitado. Al llegar junto a él, el gato maulló estirando aún más su cuerpo hacia arriba.
Juan soltó sus rodillas e intentó proteger su cara con los brazos.
El movimiento de un coche en la calle hizo que la luz de los faros iluminara por unos segundos, la habitación de Juan. Y allí estaba él, con su mirada extraviada, con sus brazos sobre la cara, con la ropa manchada y llorando, mientras creía defenderse de un hombre venido del más allá para matarlo.
En realidad, Juan se suicidó aquella noche.
Queralt. 27 de abril del 2008-04-27
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